sábado, 11 de agosto de 2012

Capítulo 14

-Vámonos, Katth.
-¿A dónde crees que vas con mi hija? Debería darte vergüenza aprovecharte de una niña. 
-Disculpe, pero yo no me estoy aprovechando de nadie.
-¿No? ¿Cuántos años tienes?
-Diecisiete. 
-Ya... Mi hija tiene quince, ¿lo sabías?
-Sí, lo sé.
-Y me pretendes convencer de que no te estás aprovechando de ella... ¿Te crees que soy tonto, chaval?
-Sí, yo si lo creo. Lo que yo haga o deje de hacer con él, es cosa mía. Nunca has estado para ayudarme, no quiero que empieces ahora. Es demasiado tarde, ¿sabe?
-Tú sube a tu cuarto. Estás castigada.
-¿Qué derecho tiene usted a castigar a la muchacha?
Por la puerta acababa de entrar el padre de Mille, Adam.
-Soy su padre.
-No es eso lo que tengo entendido. 
-Disculpe, pero su hijo estaba en el cuarto de mi hija vete tú a saber haciendo qué. 
-Venía a buscarla porque me los llevo este fin de semana a los dos a una casa que tengo fuera de aquí. Para que cambien de aires.
-No me ha pedido permiso.
-Pero sí a su madre.
-¿Mi madre lo sabe?-interrumpí.
-Sí, pequeña, fue mi padre a hablar con ella.
-No teníais derecho a hacer eso.
-Pero creí que te gustaría.
-Pues creíste mal.- Me fui corriendo hacia mi cuarto.
-¡Katth, espera!
Él venía detrás de mí. Le dejé entrar en la habitación y antes de que pudiera hablar me lancé a sus brazos y le besé como nunca.
-Vaya, últimamente no dejas de sorprenderme, pequeña.
-Necesitaba salir de allí y no sabía cómo. Esta era la mejor manera, sin duda.
Él se limitó a sonreírme. Con esa sonrisa, esa jodida sonrisa que poblaba mis sueños más bonitos de estos últimos días.
-Le habéis contado todo a mi madre, ¿verdad?
-Todo.
-No sé cómo agredecerte lo que acabas de hacer por mi con mi padre. De verdad.
-Viniendo conmigo.
-Está bien. ¿Cuándo nos vamos?
-Pues ya tenías que tener la maleta hecha. Tu madre nos dijo que te la haría sin que lo supieras, por eso me extraña que no esté aquí.
-Ya he llegado.-Asomó su cabeza por la puerta, con su larga melena negra alrededor de su preciosa cara.
-Mamá, gracias.
-Sabes que me encanta este niño desde la primera vez que le vi. Pero como se te ocurra hacerle algo a mi niña, ya puedes esconderte bien.
-Prometo que se la cuidaré muy bien.
-¿Y Daniel?
-De tu padre me ocupo yo, tranquila.
Se metió debajo de mi cama y sacó una maletita negra. La abrió y me mostró lo que había metido. Lo había hecho todo con sumo cuidado y lo había dejado todo bien colocado. La verdad es que todo era perfecto. Sólo esperaba el momento para despertarme de ese sueño.

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